Los cepos de caza ya son historia antigua en Améscoa
Como el
resto de las especies, los seres humanos deben atender como primera servidumbre
a sus necesidades alimenticias para sobrevivir. A base de frutos, como
recolector, y a base de restos de otras especies, como carroñero, satisface
esas necesidades desde sus primeras fases de hominización.
El paso
de presa a cazador se inicia no tanto cuando adquiere mayor fuerza o velocidad
que otras especies, sino cuando comienza a desarrollar tecnologías que le
permiten suplir las diversas desventajas físicas que acumula. Y lo lleva a cabo
mediante el desarrollo de técnicas diversas y la creación de ingenios más o
menos sofisticados.
Y no
hace falta esperar a la llegada de civilizaciones destacadas por su
creatividad. Los primeros cazadores de nuestra prehistoria preparaban ya fosas
con palos aguzados en el fondo en las que hacer caer a presas de gran tamaño o
cazaban equinos, atemorizándolos con fuego y obligándolos a
desvargarse por peñeras semejantes a las que coronan nuestros puertos.
Pero
todavía en la Prehistoria, empezaron a fabricar trampas con cepos provistos de
púas o pinchos, primero de maderas duras, y con materiales metálicos después,
que se cerraban sobre patas o cuellos de las presas. Y antes, con lazos hechos
de hebras vegetales o de crines animales que ejercían el mismo efecto de sujeción.
Ya en
la Edad Media se hubo de regular el uso de los cepos de "mordida" por el riesgo que suponían
para las personas y para el ganado. Las trampas de interés público se ponían
principalmente para proteger al ganado y aves de corral de las alimañas, en su
mayoría lobos y zorros. Y para proteger las huertas de los jabalíes. En algunos pueblos eran los propios ayuntamientos y
concejos quienes los colocaban y los vecinos eran informados de las ubicaciones
a fin de evitar daños.
Cuando eran puestos por los alimañeros se les acotaban bien las posiciones donde debían colocarlos o se les obligaba a dar a conocer su situación.
Se usaron también para complementar la alimentación con la captura de jabalíes, conejos y liebres, alternando con los de lazo, también ampliamente utilizados. Y de tamaño más reducido para aves varias.
Los
cepos metálicos de muelle o de resorte, experimentaron un notable avance a
medida que se incrementó el uso de pieles en la vestimenta de lujo durante el siglo
XVIII. Se trataba de obtener las piezas con el menor daño posible y de mejorar
y aligerar los cepos, cuantitativa y cualitativamente. El comercio de pieles
alcanzó grandes cotas de negocio en países como Estados Unidos, Canadá y Rusia.
La ventaja de todos estos elementos es que no requerían otra dedicación que el tiempo empleado en ponerlos y en camuflarlos adecuadamente. Por supuesto era preciso conocer perfectamente el terreno donde se ponían y en algunos casos, colocar el cebo adecuado para que la presa cayese en la trampa.
Otra ventaja
más es que todos estos artilugios eran silenciosos y muy compatibles con la
caza furtiva. Además de mucho menos costosos que las armas de fuego, que
obligaban a la utilización de cartuchos, también caros.
Hago las anteriores reflexiones, que no son sino las de un profano, tras mostrar una serie de elementos utilizados en nuestra tierra hasta mediado el siglo XX. Y lo he hecho gracias a las imágenes facilitadas por Iván Urra, que algo sabe de caza y de colaborar en este blog. Y a la del mitxarro que no había salido de su hibernación, facilitada por Pili Ruiz de Larramendi.
He añadido algunas del archivo propio y alguna conseguida con ayuda de Gemini.





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