La "churra" amescoana, herramienta y símbolo
Hace ya más de treinta
años, cuando hacíamos inventario del vocabulario popular amescoano, se citó la
palabra “churra”, conocida por pocos de los presentes. Creo que solo Emilio
Redondo y Xabier Sáenz de Jáuregui sabían con detalle de qué se trataba y para
qué se empleaba. Y la incluimos en la recolección.
No la perdí de vista y años
más tarde me pasó Emilio un par de hojas mecanografiadas con recuerdos de su
niñez sobre los usos que recordaba. Pasaron a mi almacén de materia prima para
ser puestos en valor cuando fuera posible.
Queda claro, por lo que
contaba Emilio, que la “churra” no era solo una herramienta, sino que podía
convertirse en un elemento ritual. Guardamos Arantza y yo una con mucho cariño
que nos fue entregada en un homenaje y había sido preparada, creo recordar, por
Eduardo San Martín.
Yo creo que tanto la "churra" como sus aplicaciones han quedado olvidadas y no está de más rescatar su memoria y sus usos.
La churra
Emilio Redondo
¿Qué es la churra? Una herramienta imprescindible hace unos años para los los ganaderos amescoanos. En todos los pueblos de las Améscoas había ganaderlas concejiles.
El Concejo contrataba, según necesidades, cabreros, yegüeros, boyeros, vaqueros, que cuidaban de las llamadas ganaderías concejiles. En ellas se agrupaba el ganado vecinal y era custodiado y llevado a pastar a las hierbas y pastos comunales todos los días del año excepto los días de grandes nevadas, durante los cuales no se podía sacar de la cuadra el ganado y era alimentado en los pesebres o gambellas.
Dos cosas eran imprescindibles para los que desarrollaban esa función: El cuerno de asta de buey o la corneta de metal para avisar a los vecinos por la mañana, de la salida del ganado a pastar, y la churra para guiar o conducir el ganado.
El cuerno de asta de buey se hacía sonar para avisar la salida de los ganados por todo el pueblo, obligando a saltar de la cama a algunos perezosos para sacar a la plaza del pueblo sus ganados, en particular las cabras que había que ordeñar antes de salir al monte.
La churra consistía en un palo o vara largo que en la base o parte baja terminaba en una especie de bola que era de la misma raíz del arbusto y precisamente se elaboraba con los brotes rectos o tallos de un arbusto que en las Améscoas llaman “olivastro” (1) , una especie de olivo silvestre de madera muy dura y resistente y la hoja parecida a la del olivo.
(1) Se llama “olivastro” en Améscoa al Aligustre, Ligustrum vulgare
Todos estos conductores de rebaños o manadas de ganado iban provistos de su correspondiente churra y cuando algún animal se desmandaba del atajo, el cuidador del hato lanzaba su churra a las patas del animal propinándole un buen churrazo y al momento se incorporaba a la manada.
De un cabrero que tenía muy mal genio solía decir mi madre:
«lleva a las pobres cabras a churrazo limpio. Mejor encajarle a él un buen churrazo!»
Tambien solian emplear unas churras de gran tamaño, o sea con la bola de la base muy grande, los mozos cuando, en determinados días del año (Año Viejo, Carnaval, Santa Agueda, etc.) salían por el pueblo a pedir viandas para celebrar dichas festividades con una buena merienda o cena.
Provistos de dos grandes churras que portaban los mayordomos de la cuadrilla aporreaban las macizas puertas de roble de las casas hasta que salía la dueña con las viandas. Solian ayudarse para recoger de un pincho de hierro con la punta muy afilada donde ensartaban pedazos de tocino y longaniza y, de una cesta de mimbre, en la que depositaban los huevos, castañas, nueces, manzanas. También de un calcetín de rayas vistosas, donde metían las monedas para comprar bebidas, vino o licores. Y en grandes botas de piel de cabra bebían buenos tragos hasta que algunos se ponían calamocanos.
También se usaban las churras en celebraciones para el ritual de entrada de mozos en la cuadrilla del pueblo. Se colocaban los dos mayordomos en la entrada de la casa con las churras en alto formando un arco y después de las recomendaciones y consejos que daban los mayordomos a los que debían entrar en la cuadrilla, había que pasar por debajo de las churras, con el consiguiente miedo de recibir algún churrazo. Desde ese momento ya eran mozos de la cuadrilla.
Dicen que también se empleaba la churra para pretender a las mozas casaderas. Al anochecer “a boca escuro” que se decía entonces, el mozo pretendiente introducía la churra por la gatera de la puerta de la casa de la moza. A la mañana siguiente iba el mozo a ver el resultado: Si la churra la habían entrado para adentro era señal de que aceptaba y ya podía ir a cortejar a la mozar y entrar en la casa; y si la churra estaba en la calle era señal de que no había sido aceptado y por lo tanto le daba calabazas.
En estos menesteres influían casi siempre las madres que eran las que elegían a los mozos para futuros maridos de sus hijas. Me contaba una mujer del pueblo que ella eligió al mozo para futuro yerno y le instó a que metiera la churra por la gatera de la casa y en cuanto la vio le dijo a su hija: «María, ya está el gato en latalega».
Emilio Redondo Matinez de Guereñu. Zudaíre 1997