Mostrando entradas con la etiqueta toponimia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta toponimia. Mostrar todas las entradas

Buitre leonado, vecino ejemplar de Améscoa y Urbasa (I)

Buitre leonado, vecino ejemplar de Améscoa y Urbasa (I) 

           Buitre leonado volando sobre el Nacedero del Urederra (Baquedano)

Es muy probable que el buitre fuera residente en esta zona tiempo antes de que los seres humanos fueran habitantes estables. El  hábitat, salvando las Glaciaciones, era incluso más favorable para un ave carroñera dotada de altas capacidades que para el hombre, todavía muy limitado, en cualquiera de las fases del Paleolítico.

Sus posibilidades de prepararse un  albergue/vivienda, que no ha variado en miles de años, era y es de gran simplicidad y se lo construye la pareja con materiales “kilómetro cero”.

En cuanto a su alimentación, aunque la ganadería fue una actividad humana tardía, las manadas de herbívoros que perseguían los cazadores primitivos ya pastaban en los rasos de Urbasa y Limitaciones. Y sus restos (de caza, de parto, de enfermedad, de fin de vida) eran alimento para los carroñeros hubiera o no poblamientos humanos. Y eso ocurría, desde que el mundo es mundo.

Por eso, y porque tradiciones sólidas hacen referencia en Europa a esta especie con notable antigüedad, hay que concluir que el buitre leonado tiene un largo pasado como vecino de estas tierras.


GARCÍA DE ALBIZU, Balbino (2022), «El buitre, un viejo amigo», en Conociendo el pasado amescoano, VI, Pamplona: Lamiñarra, pp. 287-343.



Acceso al documento completo.




Toponimia y lenguaje (aportaciones) 1990-2024

Toponimia y lenguaje (aportaciones) 1990-2024


Ya durante nuestras primeras andadas por este territorio (con nuestras hijas, de 5 y 3 años entonces), éramos conscientes de que “lo que no tiene nombre no existe”, conclusión muy próxima al dicho popular vasco izena duenak izana ere badu = todo lo que tiene nombre existe. Sin los nombres de lugar, no podíamos referirnos a un paraje donde habíamos estado.

Y recurrimos, para mejor disfrute, a averiguar el nombre que los naturales le aplicaban. Conocer la toponimia de la zona se hizo una condición imprescindible, tuvieran o no lógica o significado para nosotros los nombres que íbamos conociendo.

En principio se trataba de una necesidad memorística, como se recuerdan los nombres de las personas. Y esa fue nuestra primera aproximación a la toponimia. Pero rápidamente entendimos y comprobamos que esos nombres no tenían nada de aleatorio, sino que eran fósiles del lenguaje primitivo y contenían retazos de cultura e historia del lugar en el que habían nacido.

Y, queriendo saber más, nos adentramos en la investigación de sus orígenes y de su devenir histórico en este valle. Los resultados de ese largo y laborioso recorrido, que se aproxima al medio siglo, los hemos dado a conocer desde 1990 hasta la actualidad.  

 

Ver el documento completo.