¿Qué sabemos de las agallas de Améscoa?
La costumbre de tratar de observar todo lo que me rodeaba, cuando he
transitado por la naturaleza, la he tenido desde siempre, porque estaba seguro
de que ese tiempo que dedicaba a mirar me iba a ser compensado. Ahora, puedo decir que acerté, y
añadí, a partir de una fecha, otra decisión, la de fotografiar todo lo que
consideraba o suponía de interés, para poder luego observar con detenimiento lo
que me había llamado la atención.
Hoy traigo aquí un par de muestras de esos hallazgos que ponen de
manifiesto la interacción entre insectos y plantas. Lo que se ve en las
fotografías recibe el nombre de “agalla” y es “un crecimiento anormal de los
tejidos de una planta como reacción a la presencia o actividad de un organismo
ajeno”. Parece que la planta experimenta un crecimiento anormal que aisla el
elemento extraño y lo separa del resto. Y, por su parte, el elemento externo,
se nutre de ese crecimiento de la planta y se protege.
He tomado uno de los casos más comunes, el que provoca una pequeña avispa, Diplolepis rosae (L.), que posa sus huevos sobre la rosa silvestre, Rosa canina (L.). Los tejidos del rosal reaccionan envolviendo esos huevos en una estructura externa a él. Y de esa estructura se alimentarán las larvas si ese núcleo sobrevive hasta la primavera siguiente.
Esa es a grandes
rasgos, la conclusión que saqué en su día tras leer a los que sabían del tema y
que transmito en estas líneas.
Supe también que
este fenómeno era conocido desde antiguo y que las agallas han sido utilizadas
con fines curativos por la medicina griega y romana.
Supe entonces y me he cerciorado ahora que son muchas las plantas que experimentan esta “ocupación”. Entre ellas, los grandes árboles, y el haya es uno de ellos.
En el caso del haya, Fagus sylvatica (L.) el invasor es una pequeña mosca, Mikiola fagi (Htg.), que deposita sus huevos
en las hojas de nuestro árbol mayoritario con el mismo propósito.