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Borbones y generales traen una nueva y más cruel guerra a Améscoa.1833

 Borbones y generales traen una nueva y más cruel guerra a Améscoa. 1833


Tomás de Zumalacárregui, Carlos Isidro de Borbón, José Ramón de Rodil

 Album del siglo XIX. Zumalakarregi Museoa. Gipuzkoako Foru Aldundia.


Ese infortunado descubrimiento por parte de Espoz y Mina de que nuestro valle y alrededores eran una lugar idóneo para el desarrollo de una estrategia militar de pocos contra muchos nos iba a llevar de nuevo al martirio. Y eso, cuando todavía no se habían restañado las heridas de la guerra de la Independencia.

Desde diciembre de 1833 Zumalacárregui había situado su cuartel general en Améscoa. 

El 16 y 17 de julio de 1834, el Pretendiente, que se había autoproclamado Rey de España como Carlos V, comía en Eulate.

En ese mismo mes, el día 31, el comandante general Rodil, leal a la Regencia, virrey de Navarra y que trataba de apresar al Pretendiente, se había posicionado en Zudaire. Tenía con él a los generales Anleo, Espartero y Lorenzo que mandaban una fuerza de 8000 infantes situados en Améscoa Baja. Zumalacárregui disponía en aquel momento, para hacerle frente, de 1500 hombres.

 

¿Cómo se había llegado a una situación en la que un “pseudorey”, porque realmente no lo era más que para él y para sus partidarios, frecuentara como refugio un valle y unos montes que le eran totalmente ajenos?

¿Y que unos militares con la pechera repleta de distinciones por su destreza en la práctica del arte de la guerra y cerca de diez mil seres humanos armados trataran de matarse en un valle que acababan de conocer?

Empezaré a desenredar el nudo recordando a la “madre del cordero” o “al padre del cordero”  o a ambos. El rey Carlos IV y su esposa, María Luisa de Borbón-Parma, prima carnal suya, a la que embarazó veinticuatro veces, que dio a luz catorce hijos, de los que solo siete llegaron a la edad adulta y entre ellos tres fueron varones.

Los dos primeros, Fernando (1784-1833), luego coronado como Fernando VII, y Carlos María Isidro (1788-1855), luego llamado, el Pretendiente y autoproclamado por él mismo como Carlos V.

Reinaba Fernando VII, igualmente Borbón y más inepto a nuestros efectos que su padre, que se casó cuatro veces. La primera, en 1802, con una prima suya, que murió tras dos abortos, con 21 años. La segunda, en 1816, con la hija de su hermana mayor, que murió tras un aborto y durante el segundo parto, con 21 años, sin descendencia. La tercera, en 1819, también con una prima, murió de fiebres, con 25 años, sin descendencia.

Y estaba su hermano segundo, Carlos María Isidro, el Pretendiente, que se había mantenido a la espera viendo como su hermano mayor no conseguía descendencia, mientras que él, que también se había casado con una sobrina, había tenido tres hijos. Y tras enviudar, había vuelto a casar con una hermana de la fallecida, también sobrina obviamente. Y sus posibilidades como sucesor subían enteros dada la incapacidad del primogénito y su mala salud.

Hay que decir que ninguno de los dos había hecho mérito alguno para gobernar nada y menos un país.

Pero en 1830, Fernando VII deroga la ley que impedía reinar a las mujeres y cinco meses después es padre de una niña, Isabel, fruto de su cuarto matrimonio, contraído en 1829, con la hija de su hermana menor, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias.

En este caso, contaba la desposada con 23 años y reinó como consorte hasta la muerte del monarca en 1833, en que quedó como regente de su hija Isabel II, cuya legitimidad como reina no admitía el hermano de Fernando, Carlos María Isidro.

Por lo que el infante Carlos ya no era el heredero y veía frustradas todas sus expectativas.

Parece que el Pretendiente aceptó en principio la situación, pero no se sabe si por decisión propia o alentado por gentes de su entorno o simplemente, contrarios a que reinase una mujer o a la decisión de Fernando VII, se echó atrás en 1833 y se negó a acatar lo dispuesto por su hermano el rey. Y para no tener que hacer frente a sus responsabilidades, se refugió en Portugal.

Los acontecimientos se precipitaron y en septiembre de 1833 falleció Fernando VII, quedando como regente su esposa María Cristina. 

Y el infante Carlos, manifestó su postura autoproclamándose rey con el nombre de Carlos V.

Y a una reacción torpe le sucedieron varias reacciones torpes y entre Borbones, regentes, generales y otros personajes con mucho ego ya habían montado el episodio histórico más trágico para la historia de este valle.

Y hago el relato capicúa, repitiendo lo dicho al comienzo:

En diciembre de 1833 tras el choque de Nazar y Asarta, Zumalacárregui, decidió establecer su refugio y cuartel general en las Améscoas.

En junio de 1834, el general Rodil entró en Portugal para intentar capturar al Pretendiente, pero este huyó por mar en un barco de guerra inglés. Llegó a Inglaterra y pasó acto seguido a Francia y en julio ya estaba en Navarra.  

El 16 y el 17 de julio durmió en Eulate el Pretendiente. El 30 de julio estaba Rodil en Zudaire con 8000 hombres. Se iba a producir la primera batalla de Artaza.

Y a partir de ahí, de nuevo volvió a desatarse sobre el valle todo lo malo que puede traer y trajo una guerra:


Las miserias de la guerra
Ilustración elaborada con ayuda de Gemini

    .- La guerra en sí y las acciones armadas

    .- Las represalias: el saqueo y el pillaje

    .- El mantenimiento de las tropas, de uno y otro bando

    .- Las epidemias: el cólera y el tifus

   .- La servidumbre de la milicia: las fábricas de armamento y los hospitales de campaña.

 

    Y unas anécdotas, para quitar hierro al drama y para confirmar que el talante Borbón es el mismo en cualquier época. 

    La regente, María Cristina, tras enviudar de Fernando VII se declaró al sargento de la guardia de corps de 25 años, Fernando Muñoz, el 18 de diciembre de 1833 en la Granja de San Ildefonso y contrajeron matrimonio en secreto ese mismo mes. Él era viudo y ya tenía dos hijas, y con la Regente tuvo cinco hijos y tres hijas, todos ellos obsequiados con títulos de nobleza expres.

   El matrimonio hizo fortuna y negocios de todo tipo, incluidos los relacionados con la esclavitud. Eso sí, por razones de discreción, vivieron y murieron en Francia, lejos de la corte.

   La función de la Regente durante el conflicto armado inspiró una tonadilla entre los carlistas que la cantaban a modo de burla y decía: “María Cristina me quiere gobernar...". La copla aguantó el paso del tiempo y con ritmo de mambo se interpretaba a mediados del siglo XX.

Y, por otro lado, su nombre está en la etimología de guiri, vocablo actual utilizado para nombrar a los turistas. Procede  del giristino/giristinoak como se llamaba en euskera a los soldados cristinos.  Más tarde se les llamó isabelinos.  


Efeméride 007. Acción de Artaza, 1835


 Acción de Artaza, 1835

Gerónimo Valdés y Sierra (1784-1855)nº doc 1963. Tomás de Zumalacárregui e Imaz (1788-1835) nº doc 1853. Album del siglo XIX. Zumalakarregi Museoa. Gipuzkoako Foru Aldundia. 





                     Detalle del grabado de Francisco Sainz (1845). Nº de documento:470. Título: Acción en Ameskoa.
Album del siglo XIX. Zumalakarregi Museoa. Gipuzkoako Foru Aldundia.

      Acción de Artaza. 

    Entra en el valle por Contrasta, el General Valdés, Ministro de la Guerra, al frente de 17.000 a 20.000 hombres. 

     Retrocede Zumalacárregui, con 5.000 hombres, hasta Eulate y luego hasta San Martín. 

    Valdés no se atreve a seguir por el valle y hace subir su fuerza a Urbasa por el Puerto de Gonea. 

    Duermen las tropas liberales de pie junto al Palacio de Urbasa. Cae agua nieve. 

     Al amanecer, Valdés decide descender hacia Estella y marcha por la sierra tratando de decidir por qué puerto puede bajar. 

      Zumalacárregui marcha en paralelo por abajo, por el valle, a la par que Valdés, que intenta descender por el puerto de Urra y seguir por Artaza. Y es ahí donde se produce el choque.

      No hay coincidencia en los datos de uno y otro bando, pero en la confrontación se producen entre medio millar y un millar de muertos, en su mayoría del ejército isabelino, y que sufre un verdadero descalabro y una gran pérdida de equipo y de armamento que abandona en la huida.

     NOTA CURIOSA: Zumalacárregui fue distinguido por el “pretendiente” carlista Carlos María Isidro de Borbón, con carácter póstumo, con el título de "Duque de la Victoria". La monarquía reinante no reconoció esos títulos. Pero el carlismo se unió al levantamiento militar contra el gobierno republicano y Francisco Franco, en 1948, resucitó el Ducado de la Victoria y como había otro Ducado de la Victoria, para distinguirlo le pusieron la etiqueta diferenciadora “de las Amézcoas”. Y quedó en "Duque de la Victoria de las Amézcoas".  


Militar británico carlista ve así las Améscoas en 1835

 

Militar británico carlista ve así las Améscoas en 1835    

Mikel Alberdi Sagardia

      Fragmento del cuadro “Zumalacarregui and the Christino Spy". London, 1841.   Autor: John Frederick Lewis. "Zumalacarregui y el espía cristino”. Zumalakarregi Museoa. Ormaiztegi.

    En el se ve a Charles Frederick Henningsen, capitán de lanceros y ayudante personal del general carlista. Ambos asisten a un juicio de un espía cristino. 


Esta es la descripción que hace de las Améscoas el aventurero y voluntario carlista británico Charles Frederick Henningsen, que luchó junto a Zumalacárregui durante un año y luego publicó su experiencia en la I Guerra Carlista en Londres en 1836. Su obra se tituló: Los hechos más impactantes de doce meses de campaña con Zumalacárregui en Navarra y las Provincias Vascongadas y tuvo un gran éxito, siendo traducido a varios idiomas. 

“En el estrecho y alargado valle se levantan ocho o diez pequeñas y pobres aldeas, que producen, aproximadamente, lo suficiente para la alimentación de sus habitantes, con la excepción de garbanzos y lentejas, que son muy estimados en Navarra. Aquí, fuera del paso de toda carretera y separados del resto del mundo, aun de la parte menos civilizada de Navarra, los habitantes llevan (o, mejor dicho, llevaban, pues la guerra ha introducido tristes cambios en sus costumbres pacíficas) una vida completamente primitiva, alterada únicamente por los arrieros que iban a buscar vino a distritos más fértiles y por los cazadores que llevaban a Pamplona o Estella las cabezas de sus lobos para recibir el premio ofrecido por el Gobierno en tales casos. Una gran parte de la población masculina se dedicaba a la caza de estas fieras, peculiarmente destructoras en un país donde pace tanto ganado en completa libertad. Los habitantes pocas veces salían de sus aldeas hasta que ocurrió la muerte de Fernando VII, y entonces una gran simpatía por Don Carlos indujo a muchos de los jóvenes a alistarse bajo sus banderas. El resto de los habitantes, cuyos sentimientos en su favor, así como los de todos los navarros, se avivaron con la persecución, como el potro bajo el látigo, se convirtieron en partidarios tan entusiastas suyos, que aun aquellos cuya edad o cuyo sexo les incapacitaba para tomar las armas, parecían estar dispuestos a sacrificarle sus vidas, sus familias y sus casas.” 

El autor de este grabado era amigo de Henningsen y lo dibujó detrás de Zumalacárregui en esta escena de recreación.

Podéis conocer la apasionante biografía de este voluntario carlista en el siguiente enlace:


 Acceso al documento completo.





El pacto de Lord Elliot (1835)

El pacto de Lord Elliot (1835)

Firmado por Zumalacárregui en Eulate tras la acción de Artaza               

Título: [Fusilamiento de soldados liberales por soldados carlistas]*
Album del siglo XIX. Zumalakarregi Museoa. Gipuzkoako Foru Aldundia.

Está claro que las guerras no son buenas ni siquiera para los que las ganan, si es que puede decirse que las gana alguien. Decía Paul Valery: “La guerra es una matanza entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que se conocen, pero no se matan”.  

Pues bien, el siglo XIX trajo varios conflictos bélicos a este valle. Y si hubiera que elegir uno de esos conflictos como el más cruento de los vividos, no habría duda: la Primera Guerra Carlista quedaría ganadora de forma destacada.

Casi desde sus inicios se convirtió en un intercambio de represalias. Quizá fue ese el carácter que pretendieron imprimirle los generales cristinos en la confianza de sofocar con cierta rapidez la llamada "rebelión". Este rigor en el castigo que pretendía amedrentar y disuadir al enemigo, no sólo no dio resultado alguno en esa dirección, sino que provocó una respuesta igualmente inhumana. El nivel de crueldad alcanzado resultó especialmente llamativo para quienes no participaban directamente en la contienda, pero la seguían de cerca.

El gobierno inglés propuso un pacto de guerra “más limpia”, que fue aceptado por ambos bandos y que Zumalacárregui firmó dos veces, una de ellas en Eulate y cuando aún no había fusilado a los prisioneros hechos en la acción de Artaza. 




Acceso al documento completo.